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Bancas de apuestas y políticas públicas

Por Harold Vásquez, Ph.D.

En ocasiones, políticas públicas que son tomadas con buenas intenciones pueden tener resultados no deseados.  Este es el caso, por ejemplo, de la decisión que tomó el gobierno de limitar los juegos de loterías en nuestro país.  Sin lugar a dudas, el efecto pernicioso que tienen los sorteos y las bancas de apuestas en el presupuesto de los hogares más pobres es un problema que debemos afrontar.  Sin embargo, cuando se toma la decisión de restringir un mercado se desatan fuerzas cuyos efectos son difíciles de pronosticar y el equilibrio que resulta de estas decisiones no necesariamente es más óptimo que el estado anterior.  Analicemos el caso.

Mediante la resolución número 113-2014, del 21 de mayo de 2014, el Ministerio de Hacienda dispuso la eliminación de varios sorteos de loterías, limitando así la cantidad de sorteos diarios celebrados en el país.  Esta decisión fue vista con buenos ojos en diversos sectores nacionales sensibles al problema (“CONADECO pide eliminar loterías del mediodía”, matutino HOY, 8 de junio de 2014).  Pese  a la bondad con que fue tomada la medida, la limitación de los juegos de azar podría traer una serie de consecuencias no previstas por las autoridades, que  podrían ir desde un aumento de los beneficios de los dueños de bancas y loterías hasta la promoción de sorteos de loterías en un mercado paralelo. A continuación, explicaré cómo estos escenarios podrían emerger y cómo podríamos usar la ciencia de la economía para solucionar estos problemas.

Antes de desarrollar el tema, primero, es importante entender los motivos por los cuales los individuos deciden apostar.  Desde principios del siglo XX, los economistas han utilizado la ecuación de Euler (denominada así por el matemático suizo Leonhard Euler) para analizar las decisiones de consumo de las personas en situaciones de incertidumbre.  Según esta teoría, los individuos tienen preferencias innatas que caracterizan sus actitudes en cuanto a la toma de riesgos.  Específicamente, los individuos que por su naturaleza son adversos al riesgo tienden a consumir hoy, mientras que los más inclinados a la toma de riesgo prefieren sacrificar consumo —por ejemplo, comprando un boleto de lotería— con la esperanza de poder consumir mucho más en el futuro.  Obviamente, la esperanza de aumentar el consumo en el futuro implica asumir una determinada probabilidad de obtener la ganancia esperada y diversos estudios han mostrado que, cuando se trata de apuestas, los individuos sistemáticamente sobreestiman sus posibilidades de ganar (Dohmen, 2009).

Como este comportamiento es definido por las preferencias de cada individuo (unos aman el riesgo, otros no), medidas de políticas públicas que no estén dirigidas a afectar tales preferencias —como limitar los sorteos de lotería— no tendrán ninguno efecto en reducir la demanda por apuestas en las bancas de loterías.  Más aún, limitar la oferta de sorteos mientras dejamos la demanda constante traerá consigo un ineludible aumento en los precios del juego, aumentando así el beneficio de los que conducen estos sorteos. Esta situación podría agravarse si consideramos que, a pesar de limitar los sorteos locales, las personas siempre tendrán la posibilidad de apostar a sorteos realizados en el exterior, como ocurría antes de la proliferación de los sorteos nacionales organizados por empresas privadas.

¿Qué podemos hacer entonces?

Si entendemos que los juegos en bancas de apuestas son dañinos para la sociedad, lo correcto es que como medida de política intentemos modificar las actitudes o preferencias de las personas sobre los juegos de azar.  Esto podría conseguirse de la misma manera que las sociedades han modificado las actitudes hacia otros vicios como el cigarrillo: mediante el establecimiento de un impuesto selectivo que aumente el precio de los juegos respecto al precio de otros bienes de consumo familiar. 

Esta medida podría ser acompañada de una campaña educativa que oriente a las personas sobre las posibilidades reales de aliviar su condición de pobreza a través de los juegos de apuesta, reduciendo así la asimetría de información entre apostadores y organizadores de apuestas.  Si las personas estuvieran conscientes de que las probabilidades de acertar los seis números de la Loto, por ejemplo, son de 1 en 2,760,681 (o 0.00000036) –cuatro veces inferiores que la probabilidad de morir por causa de un rayo!-, esto podría servir como medida de desincentivo al juego (o al menos a que los individuos jueguen siendo más conscientes de sus riesgos).

Establecer un impuesto selectivo por cada boleto comprado en una banca de apuesta requeriría un tremendo esfuerzo de las autoridades fiscales para formalizar estos negocios.  Actualmente, según cifras del Ministerio de Hacienda, en el país existen unas 30,750 bancas registradas que, con un promedio de ventas al día de entre RD$7,000 y RD$10,000 pesos, representa un negocio de más de RD$100,000 millones de pesos al año (superior al presupuesto del Ministerio de Educación). Los ingresos tributarios derivados de este impuesto podrían ser utilizados para financiar actividades con externalidades sociales positivas.

Sin duda, la decisión de limitar los juegos de azar y loterías fue tomada por las autoridades con la mejor de las intenciones.  Sin embargo, es importante que las decisiones de política sean tomadas considerando todas las aristas del problema.  Solo así podremos reducir las consecuencias inintencionadas de las políticas públicas.

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